PURITA ENVIDIA

Llámalo Amor si Puedes
Una historia de amor de dos peruanos en Chile (ella se quedó).

La primera vez que estuve en Chile fue por amor. La segunda también, con el agravante que se trató de la misma mujer, ahora casada con un geógrafo chileno, con hijos chilenos, trabajo chileno y nostalgia provinciana.

Pero por aquellos años, sólo éramos dos sociólogos que sobrevivíamos haciendo encuestas en las barriadas de Santiago. Dado mi look lumpen-el-pisco-es-peruano, la empresa me asignaba recorrer la parte norte de la ciudad, es decir los barrios de Cerro Navia, Quinta Normal, Pudahuel y Pelotillueve. Y dada su sonrisa-charapa-belleza-etnica-te-quiero-como-empleada, ella frecuentaba Los Condes, Vitacura y Providencia. Es en este último barrio donde compartíamos departamento con una pareja chileno-boliviana. El juraba ser escritor con pretensiones de cineasta –cualquier parecido con Alberto Fuguet es pura pretensión--; y ella traductora de cables en La Tercera.

Por las noches, frecuentábamos a amigos chilenos de la universidad Aris (una suerte de facultad de sociales de San Marcos pero con capacidad adquisita para cambiar el Capitan Kidd por un buen vino), quienes solían quejarse que el 22% de chilenos vivían por debajo de la línea de pobreza (en el Perú, en aquellos años el porcentaje era 52%, ahora sigue igual). Recuerdo con cierto cariño a aquel grupo: el Pato Navia, Claudio Contreras, Javiera Vargas, Josefa Pinto. Luego supe que todos los grupos de amigos en Chile se llamaban igual[1].

Yo creí que lo nuestro iba a durar para siempre. Me juró amor eterno en la casa de Neruda, me lo confirmó en el Hotel Valdivia (Garcia Valenzuela 045 – Santiago de Chile - Suite Japonés)[2], lo registró para la eternidad en los murales del Metro de Santiago, lo afirmó como compromiso político debajo de la estatua a Salvador Allende en la Plaza de la Moneda....hasta que la desdicha tocó mi puerta. Empecé a notar cambios en su comportamiento: había cambiado los Sublime por los Super Ocho, el “manya” por los “cachay”, ya no se colgaba de la señal por internet de Los Chistosos, sino prefería oir Chacotero Sentimental, había dejado los discos de Rio y Autocontrol por Los Prisioneros, cuando le hablaba del Estadio Nacional creía que se trataba de una manifestación por los derechos humanos (yo pensaba en los clásicos del José Díaz)....un día, se chilenizó.

Sabía que el final del amor estaba cerca. Una noche llegué temprano a Puerto Perú -- restaurant peruano donde soliamos reunirnos[3]-- y la encontré besándose con Alvaro Huáscar Pinto[4], el geógrafo de marras, en medio de una mesa servida de cau-cau de locos y aji de gallina. Ninguno de los dos me vio, pero logré oir al usurpador una declaración de amor correspondida: “Te quiero como mierda”[5]. Era la constatación que había llegado el momento de retirarme de su vida para siempre. Volví al departamento, cogí mi mochila Porta y antes de partir dejé una nota jurando venganza: “Quédate con Huáscar, pero devuélveme mis libros”...el dinero apenas me alcanzó para regresar por tierra, en un viaje que dura 28 horas hasta Arica. Antes de cruzar la frontera, pasé la noche en un karaoke de aquel balneario y canté Flaca de Calamaro en su honor, mientras una turista española me miraba buscando con desesperación algo en su cartera.

[1] Es como en Paraguay donde sólo se sabe que todos los políticos se apellidan Duarte, los oficialistas, los de oposición, los sistémicos, los extra-sistémicos, el actual novio de mi siguiente ex.
[2] Para una detallada y rigurosa descripción, ver: http://www.hotelvaldivia.cl/ o el film chileno Sexo con Amor.
[3] Avenida Condell 1298 (Esquina con Santa Isabel). Providencia – Santiago de Chile.
[4] Descendiente de peruanos tarapaqueños y colombianos de Leticia que habían puesto el nombre del monitor peruano en honor a su origen.
[5] Años después saldrían a la luz unos videos caseros de Kenyi Fujimori (a la sazón hijo del ex Presidente Alberto Fujimori hoy refugiado en Chile) en el que utiliza esa misma frase para expresar su afecto a Puñete, su perro pitbull.